La producción de la tierra se encuentra cada día peor. En todas partes hay preocupación; nuestros campos no generan cosechas que sean suficientemente abundante para competir con las tierras de bajos precios del lejano oeste. Cambiar esta situación, es el objetivo de este libro.
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Ya han pasado 400 años desde que se descubrió la otra mitad del mundo, sin embargo, la totalidad de la tierra apenas se descubra ahora, cuando empiezan a conocerse como utilizar los inagotables tesoros que están a nuestro alcance en las nutritivas fuerzas de las rocas.
El hombre, en lugar de estar aprovechando esta enorme mina, comprar material para restaurar la fertilidad del suelo exhausto en forma de que medicamentos, o para decirlo con más precisión, fertilizantes químicos. En los últimos 50 años se ha expandido en el ámbito de la agricultura; que se ha hecho conocer cómo, ”la ley del mínimo”.
Según está, aquella sustancia que la planta necesita y que está presente en una mínima cantidad en el suelo, debe ser la suministrada en forma de fertilizantes.
Este falso precepto debe su acogida exclusivamente al defectuoso método de investigación química que se impuso hace 50 años. Debido a que se encontraban considerables cantidades de ácido fosfórico y de potasio en la ceniza de cualquier semilla, y debido a que estos elementos no existen en el aire y por consiguiente deben ser suministrado por la tierra, era apenas normal que surgiera el interrogante,
¿Qué cantidades de estas sustancias, necesarias para el crecimiento de las plantas, todavía quedan en el suelo?
Entonces, al investigar el suelo y tratarlo con ácido clorhídrico para conseguir que las sustancias contenidas en el pudieran disolverse, se encontraron mínimas cantidades de potasio y de ácido fosfórico.
Esto tiene su explicación en que los álcalis que se encuentra en el suelo combinados con ácido silícico, se transforman, tampoco son disueltos por el ácido clorhídrico, en polvo de vidrio.
Por eso para poder conocer la cantidad de potasio, es necesario primero apartar el ácido silícico, habiendo transformado en cloruro de silicio volátil por medio de ácido fluorhídrico. Este método no fue empleado por los primeros químicos agrícolas.
En consecuencia, pasaron por alto la presencia de potasio y de igual manera fallaron en tífica el ácido fosfórico que se encuentra combinado con óxido de aluminio y hierro en los sindicatos; pues cuando el hierro fue precipitado de la solución, tanto el óxido de aluminio como el ácido fosfórico se precipitaron junto a él.
En consecuencia, un análisis posterior de la solución líquida arrojó un resultado negativo con relación al ácido fosfórico, y esto también es lo que ocurre hoy en día trabajos basados en el viejo método.
Con lo anterior afirmaban los maestros de agricultura: “de estos nutrientes tan importantes para las plantas solo queda un mínimo en el suelo. Por eso lo primero que debemos hacer es suministrar a nuestros campos potasio y ácido fosfórico”.
A estas dos sustancias también se fue añadido nitrógeno. El nitrógeno, en forma de proteína vegetal, se encuentra generalmente contenido de las plantas en tal cantidad, que el peso de este frecuentemente es mayor que el peso de los constituyentes fijos de las cenizas.
Lo que se escriba a continuación puede servir para explicarlo:
Si consideramos la afinidad de elementos alcalinotérreos (calcio, magnesio y óxido de hierro) y de los álcalis fijos, como respecto a los hidrocarburos, como puede ser observado los jabones -qué consisten en combinaciones de potasio sodio con ácido oleico (C18H34O2 ) o con ácido esteárico (C18H36O2)-, de similar afinidad a estos elementos alcalinotérreos y a estos álcalis fijos, es el álcalis volátil amoniaco (NH3).
Esto explica, porque cuando no hay suficientes elementos alcalinotérreos transportados en la savia para completar la formación de las plantas a nivel de tallos y hojas, en lugar de estas es tomado por el amoniaco, que se forma a partir del nitrógeno y del vapor de agua hallados en el aire.
El tronco de los árboles no contiene nitrógeno en ninguna cantidad, pero las hojas de los árboles contienen cierta cantidad de nitrógeno; el parénquima de las hojas lo contenta del aire porque el alcance de los elementos alcalinotérreos, que se extiende incluso hasta las nervaduras de las hojas, no incluye el parénquima.
Ahora, en vista de la gran cantidad de nitrógeno encontrado en los productos del campo, el cual supone los agricultores que las plantas extraen de la tierra a través de sus raíces, se llegó al mismo resultado que tuvieron con el potasio y el ácido fosfórico, es decir, encontraron solo un mínimo de este en el suelo y por eso concluyeron:
“Nuestras plantaciones ya consumieron todo el potasio, todo el ácido fosfórico y todo el nitrógeno; por eso esa sustancia se encuentran en mínimas proporciones en el suelo. Sí nosotros fuéramos menos egoístas aportaríamos estas sustancias en abundancia a nuestros cultivos, en forma de abonos.”
El resultado es que el uso de superfosfatos, sulfato de amonio y salitre de Chile ha crecido enormemente, sin embargo, la cultura ha incursionado en el cuadro clínico del cáncer, o sea, que experimenta un retroceso pues el costo de los fertilizantes crece más allá de las ganancias arrojadas a las cosechas, los campesinos deben dejar sus tierras.
Pasó un tiempo largo antes que los profesores de Economía Agrícola -frente a las conclusiones de algunos cultivadores, de que las cosechas de arvejas y habichuelas, ambas ricas en nitrógeno, prosperan en suelos totalmente carentes de nitrógeno- finalmente entendieran que las plantas leguminosas extraen la totalidad del suministro de nitrógeno exclusivamente del aire, al que conforman en sus cuatro quintas partes.
Es difícil, que ellos admitan que otras plantas también se desarrollen de manera similar porque su reputación y sus ingresos provienen principalmente de la teoría del potasio, del nitrógeno y del ácido fosfórico o del NPK. Ellos explican esto al afirmar que “existen productores de nitrógeno, así como hay consumidores de nitrógeno” También es cierto que las plantas asumirán el nitrógeno que sus raíces que se encuentra en el suelo, sin embargo, eso no es del todo necesario.
Los árboles nos brindan una prueba convincente de ello.
Abedules, hayas y robles crecen a tamaños gigantes sobre rocas peladas de granito y pórfido. Quien desee confirmar esto, que ascienda a las montañas Harz. Ahora, como las hojas de los abedules y de los robles contienen un 1% de su peso nitrógeno, mientras su madera carece de nitrógeno, el nitrógeno de las hojas evidentemente no ha sido extraído de las rocas. si no del aire.
Es obvio que, si el suelo fuera la verdadera fuente de nitrógeno, las raíces que se encuentran en contacto inmediato con él, debería mostrar como mínimo tanto nitrógeno como las partes que están por encima de la tierra, rodeadas por aire; pero, al contrario, estas contienen menos.
Por ejemplo, una libra de papas contiene aproximadamente 25ⁱ⁰ de nitrógeno, sin embargo los tallos y hojas verdes de esta planta contienen más de 43 gramos por libra, siendo en realidad la planta, la fuente de donde los tubérculos extraen su nitrógeno y no de manera inversa; pues la planta de la papa que en un principio están es exuberante en jugo, a la vez que los tubérculos comienzan a madurar, se vuelve delgada, ahuecada y liviana debido a que el jugo que contienen el nitrógeno desciende los tubérculos.
De esta misma manera una libra de la planta verde de las zanahorias contiene aproximadamente 35 gramos de nitrógeno mientras la zanahoria como tal contiene únicamente 14 gramos por libra.
Debemos mencionar casi como el nitrógeno desciende a los tubérculos, este también se deposita en las semillas; así, los granos de los cereales muestran un total de 140 gramos de nitrógeno por libra.
Los tallos verdes de los cereales muestran una proporción similar de nitrógeno, mientras que en una libra de paja solo se encuentran entre 33 y 49 gramos de nitrógeno.
Que los fertilizantes químicos, que todavía son la moda general, son tan solo un gasto inútil, puede ser matemáticamente demostrado si tomamos cualquier ejemplo de manera aleatoria.
Para esto tomaré como ejemplo la remolacha azucarera y la zanahoria. La remolacha azucarera, según las tablas de Wolff, contiene las siguientes cenizas por kilogramo:
- Potasio — 3.8
- Sodio — 0.6
- calcio — 0.4
- magnesio — 0.6
Ácido:
- Fosfórico — 0.9
- Sulfúrico — 0.2
- Silícico — 0.2
- Clorhídrico — 0.3
De acuerdo con sus equivalentes atómicos esto significaría 142 para el ácido fosfórico, 80 para el ácido sulfúrico, 60 para el ácido silícico, 73 para el ácido clorhídrico, 90 para el potasio, 62 para el sodio, 56 para el calcio y 40 para el magnesio. Ahora, según lo anterior:
- 9 de ácido fosfórico podría saturar 0.6 de potasio.
- 3 de ácido sulfúrico podría saturar 0.35 de potasio.
- 2 de ácido silícico podría saturar 0.3 de potasio.
- 3 de ácido clorhídrico podría saturar 0,4 de potasio.
así, todos los ácidos juntos podrían saturar 1.65 de potasio. Por lo tanto, quedaría entonces el siguiente excedente de bases:
- potasio — 2.15
- sodio — 0.6
- cal — 0.4
- magnesio — 0.6
O si tomamos en consideración los 0.6 de sodio, los 0.4 de calcio y los 0.6 de magnesio, equivalentes a 1.65 de potasio; entonces estaría nuestro alcance la totalidad de potasio contenido en la remolacha azucarera, que suma 3.85.
Este potasio lo podemos considerar en estado combinado con azúcar, tejido celular y proteína. Junto con estos 3.8 de potasio, 1.6 de nitrógeno – o en cifras redondas, 1.9 de amoniaco, debe ser tomado en cuenta por ser también un constituyente básico no saturado de la remolacha azucarera.
A partir de esto se determina que los 3.8 de potasio no pueden resultar de haber abonado con sulfato de potasio porque entonces se necesitaría la presencia de 3.25 de ácido sulfúrico mientras que solo hay 0.3; tampoco el 1.9 de amoniaco puede resultar del sulfato de amonio, pues para eso se requeriría de 5.0 en lugar de tan solo 0.3.
Por eso, si abonamos la remolacha azucarera con sulfato de potasio y sulfato de amonio, esta sustancia puede ser consideradas -como ya se dijo- en su mayor parte desperdiciadas.
Así, como fuente de potasio y sodio en el caso de la remolacha azucarera solo podemos considerar el feldespato, que gracias a Dios todavía se encuentra en cierta cantidad en el suelo, mientras que el nitrógeno es suministrado por la atmósfera.
El feldespato del suelo finalmente también se agotará y entonces este deberá ser suministrado al abonar con fertilizantes de roca.
Un cálculo muestra que para suministrar 0.3 de ácido sulfúrico va hasta 0.6 de yeso, el cual se encuentra en estado combinado con agua; de esta manera si el acre de tierra debe producir 2 quintales elevado a 11 de remolacha, este requeriría entre otras cosas de tan solo 13.25 libras de yeso. De modo comparativo vamos a considerar ahora el caso de las zanahorias.
Los elementos que constituyen sus cenizas por kilogramo (2.206 Lb.) son los siguientes de acuerdo con las tablas de Wolff:
- Potasio ……………. 3.0
- Sodio ………………. 1.7
- calcio ……………… 0.9
- magnesio …………. 0.4
- ácido fosfórico ……. 1.1
- ácido sulfúrico ……. 0.5
- ácido silícico ……… 0.2
- ácido clorhídrico …. 0.4
Una comparación con las raíces de la remolacha azucarera muestra que la zanahoria contiene un poco menos potasio y magnesio, pero un poco más de sodio y calcio; además de esto, la zanahoria contiene aproximadamente un tercio más de ácido fosfórico, sulfúrico y clorhídrico.
Esas variaciones parecen ser provocadas por haber fertilizado con estiércol líquido de establo. Por lo demás, reconocemos que, por los constituyentes básicos de potasio, sodio, calcio y magnesio encontrados en las zanahorias, la fuente natural son los sedimentos de las rocas primarias que se encuentran en el suelo.
Sabemos que todas las plantas, así como todos los cuerpos animales (ya que estos están construidos a partir de sustancias vegetales) después de la combustión, dejan cenizas que siempre consisten en las mismas sustancias, aun cuando las proporciones varían según los diferentes tipos de plantas.
Siempre encontramos en ella sodio, potasio, calcio, magnesio, hierro y manganeso, en combinación con ácido carbónico, fosfórico, sulfúrico, clorhídrico, fluorhídrico y silícico.
Estos elementos constitutivos de las cenizas le das la forma y estructura a los cuerpos de plantas y animales, como bien se dijo anteriormente.
Ahora, dado que las plantas nacen del suelo, es evidente que las mencionadas sustancias encontradas en la tierra o en las cenizas deben ser suministradas por éste y como en él esas sustancias están presentes en combinación con sílice o óxido de aluminio, el origen del suelo se hace más evidente todavía: este ha surgido a partir de las rocas primarias desintegradas, las cuales todas contienen en mayor o menor grado potasio, sodio, calcio, magnesio, manganeso y hierro además de ácido sulfúrico, fosfórico, cloro, flúor, sílice y óxido de aluminio.
De aquellas sustancias terrestres provenientes de las rocas primarias, que se han asociado con sedimentos de yeso y cal en combinación con agua y la influencia atmosférica del calor y la luz solar, solucionar las plantas que nutren al hombre y a los animales.
Ahora, como los citados materiales de la tierra, con la excepción de sílice y aluminio, entran a formar parte de los cultivos que son posteriormente extraídos del campo, es obvio que estas sustancias de la tierra deben ser respuestas.
Sí nosotros deseamos tener cultivos normales y saludables, y tanto hombres como animales que viven de ellos, puedan encontrar en estos todo lo que es necesario para el sostenimiento de sus cuerpos (fosfato y fluoruro de calcio y magnesio para la formación de huesos y dientes; potasio, hierro y manganeso para los músculos, cloruro de sodio para el suero sanguíneo, azufre para la proteína de la sangre, hidrocarburos para la grasa de los nervios), no será suficiente reponer el potasio, el ácido fosfórico y el nitrógeno (NPK).
También son una necesidad imperativa.
Con relación a esto daré un ejemplo claro:
El propietario de un gran terreno me escribió que había abonado su campo, con amoniaco, superfosfato y salitre de chile, y que a pesar de que los campos estaban sufriendo de un constante empobrecimiento, él todavía podía sacar algunas ganancias de ello.
Más adelante, sin embargo, cuando había empezado a abonar con limadura de hierro y saliste de chile, en el procedimiento era tal que finalmente no crecía centeno, ni tampoco cebada o avena; curiosamente solo el trigo podía dar una cosecha aceptable. ¿Cómo podría yo explicarle esto? A esta pregunta le respondí tomando en consideración los elementos que constituyen las cenizas.
Las cenizas de la cebada y de la avena contienen 5 veces la cantidad de ácido sulfúrico que está contenida en el trigo.
Este último todavía podía encontrar la pequeña cantidad requerida de ácido sulfúrico en el suelo, sin embargo, para la avena, la cebada y el centeno estas mínimas cantidades no eran suficientes.
Ahora, ya que hemos visto que las rocas primarias de las cordilleras. Pórfido, granito y gneis, gracias a la influencia de miles de años en que se ablandan y desmoronan -la palabra ”desintegración” no se refiere a otra cosa- han producido el fértil suelo que nos provee con plantas sanas y nutritivas, entonces fácilmente puede ser observado que cuando un tipo de suelo como ese ha sido casi agotado de los elementos que en un tren a las plantas debido al cultivo por varios cientos de años y el volteo de la tierra con el arado o la pala, la fuerza natural original no se le puede volver a conferir con medicinas y sustancias químicas.
Esto solo puede conseguirse consuelo virgen en el cual nada ya crecido y en consecuencia tenga su fuerza intacta. Para conseguir ésta, en el suelo no necesitamos esperar 1000 años hasta que el frío del invierno, la nieve y la lluvia desintegra en el material rocoso y lo traigan a los valles.
Solo tenemos que poner a trabajar nuestras manos para obtener de las rocas adecuadas, las sustancias necesarias para rejuvenecer el viejo y gastado suelo y conducirlo nuevamente a su virgen estado de fertilidad original.
Autor.
Julius Hensel.
Título original:
Panes de piedra.
Fuente:
Asociación ambientalista Guerreros Verdes. A.C. Mexico D.F.
Investigación y traducción: Fundación Juquira Candirú
- Hans Landgraf
- Jairo Restrepo Rivera
- Sebastiao Pinheiro